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Nosferatu podría haber sido excelente, pero un error fatal lo arruina.

El remake de Nosferatu dirigido por Robert Eggers ha recibido elogios tanto de críticos como de espectadores, pero presenta un error crucial que lo perjudica. A continuación, explico las razones por las que esta película de terror no cumplió con mis expectativas.

El año 2024 en el cine cerró con buenas noticias, ya que títulos como Sonic the Hedgehog 3 y Mufasa lograron atraer a un público joven, mientras que películas dirigidas a un público adulto, como A Complete Unknown y Babygirl, también tuvieron su cuota de éxito. La mayoría de las producciones superaron las expectativas en taquilla, destacando por encima de todas una en particular: Nosferatu. La interpretación oscura de Robert Eggers sobre la historia clásica de Dracula no es el típico estreno navideño, pero su propuesta caló hondo entre un nicho de aficionados al cine y góticos, recaudando más de $50 millones hasta la fecha. Ante la reconocida aclamación de críticos y público, también se ha alzado opiniones disidentes, y en este caso, la mía se encuentra entre las voces críticas.

Como un entusiasta del subgénero de horror vampírico, esperaba con ansias Nosferatu, convencido de que Eggers era el director idóneo para revitalizar la historia para el 2024. Sin embargo, los créditos finales me dejaron insatisfecho. La película podría haber sido impactante, pero un gran defecto la arruinó para mí: la interpretación del propio Nosferatu, es decir, el Conde Orlok.

Para profundizar en esto, es útil retroceder hasta 1922, año en que se estrenó la película original de Nosferatu en los Países Bajos, convirtiéndose en un clásico del cine. Subtitulada A Symphony of Horror, la adaptación no autorizada de F.W. Murnau de la novela Dracula de Bram Stoker presentó al mundo a Count Orlok (interpretado por Max Schreck), una criatura vampírica con apariencia de roedor que trae caos y muerte a un pequeño pueblo alemán. La imagen icónica de Orlok alimentándose del cuello de una joven, elevando su mirada hacia el público, se ha quedado grabada a fuego en la memoria colectiva.

En 1979, el director alemán Werner Herzog volvió a hacer de Nosferatu en una versión magistral que incorporó color y sonido, y una atmósfera de terror que la distanció notablemente de la original. Allí, el bien no vence al mal de manera clásica, sino que se transforma en algo diferente, sin que nadie lo advierta.

Herzog se atrevió a alterar lo necesario para adaptarse a la cultura cinematográfica de su época, la cual abogaba por finales sombríos y una mayor representación de la violencia. Sin embargo, mantuvo la apariencia de Orlok, interpretado esta vez por Klaus Kinski, realizando cambios en el guion y el lenguaje visual, mientras preservaba lo que hacía a Orlok inconfundible: su presencia atemorizante.

La pregunta es, ¿por qué Eggers decidió modificar el aspecto único que caracteriza a Nosferatu? En una entrevista, mencionó que investigó exhaustivamente el folclore vampírico para hacer que su Orlok reflejara la realidad de un noble Transilvano muerto. Esto resultó en un vestuario complejo y la inclusión de un característico bigote que representaba parte de la tradición cultural.

No obstante, el resultado final de su Orlok no generó el mismo terror que sus predecesores. Más bien, se sentía decepcionante, con un bigote exagerado que lo hacía parecer más un chiste de discoteca de los años 70 que un verdadero villano. Bill Skarsgård, el actor encargado de darle vida, quedaba casi irreconocible bajo el maquillaje, lo que despojaba al personaje de la oportunidad de impresionar al público.

En las sombras, Orlok venía a ser menos un personaje convincente y más un efecto visual mal logrado. La última imagen de la película, donde Orlok yace expuesto y muerto bajo la luz del sol, intentando crear una imagen poética, en realidad se transforma en una mera exhibición del presupuesto destinado a los efectos especiales.

Cambiar un clásico puede ser válido, pero esos cambios deben ser por razones sólidas, no solo por la simple necesidad de diferenciarse. Lamentablemente, la transformación de Eggers a la apariencia del Conde Orlok no funcionó, restándole a Nosferatu sus características únicas y perturbadoras, y en su lugar, presentó a un villano que no lograba cautivar ni asustar.

Al reflexionar sobre Nosferatu de 2024, es imposible no pensar en la versión rica y compleja de Dracula de Francis Ford Coppola, que preservó lo que hacía a su personaje tan aterrador y, al mismo tiempo, desgarrador. Eggers, en su empeño por ofrecer un enfoque realista y diferenciado, perdió de vista lo que hacía a Orlok memorable en primer lugar.